R.G., Atardecer romano, 1956
En Roma, en el año 1960, Ramón Gaya reflexionaba, como en otras muchas ocasiones, acerca de la belleza; de la belleza en lo arquitectónico, de la contenida en lo esencial de la pintura, en su naturalidad, de la que se respira en las ciudades italianas... llegando a definirla de la siguiente manera:
"La belleza no era, como
me enseñaran y yo creyera de buena fe, eternización, sino actualización;
actualización de algo que ya es eterno en principio; lo bello no es más que
todo cuanto puede ser rescatado, arrebatado a lo eterno, salvado de lo eterno y
traído hasta la hermosa vulnerabilidad del presente. La belleza no era ya, para
mí, aquel rostro rígido, liso, terso, impecable, que me habían enseñado,
obligado a admirar y que siempre me pareciera un rostro tan triste; la belleza
era, ella también, sumamente impura, defectuosa, expuesta, movible; en una
palabra: la belleza no era ningún... “ideal”, sino algo mucho más nuestro, que
nos pertenecía, que existía".
R.G., Belleza, modernidad, realidad, 1960.
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