Pilar Rosique y Ramón Gaya en Aix en Provence, 1995.
Fotografía de Juan Ballester
“Su pintura parece fácil, pero no
es tal como se muestra, esconde una profundidad que para percatarse de ella se
requiere de una especie de revelación”.
Desde joven, Pilar Rosique fue una de las primeras personas que conocería al pintor Ramón Gaya en su vuelta a Murcia. La vida le llevó a encontrarse con él mientras Juan Ballester –su marido- le hacía una sesión de fotos a Ramón. Desde ese momento, los encuentros y paseos, junto a Juan e Isabel Verdejo eran frecuentes, haciendo crecer lo que sería una bella y cómplice amistad entre ambos. Pilar Rosique siempre se ha sentido muy cercana a Ramón y a su creación, eran amigos; así nos lo contaba una tarde mientras enseñaba el Museo en la visita guiada que le pedimos que hiciera un ocho de marzo. Hablada de la influencia que, ya no sólo como pintor tuvo en ella, sino también en su persona: “Ramón me hizo crecer, me dio tablas para ello” nos contaba durante esa visita. Hoy sus bonitas palabras dan sentido, una vez más, al Museo y a la obra que en él se conserva.
M.R.G: ¿Quién es Ramón Gaya?
P.R.: Lo normal sería contestar
que es un grandísimo pintor –no muy reconocido como tal- y un escritor y poeta
de primera fila, aunque a él no le gustaba que lo definieran de esta segunda
forma, pero voy a responder que Ramón Gaya simplemente es “alguien”. Y ésta es una expresión robada al propio Gaya y que me
apropié la primera vez que se la oí. Si alguna obra, en cualquiera de las
manifestaciones del Arte, no llegaba a la altura de otras del mismo autor,
solía decir: “bueno, pero se nota que está hecha por alguien”. Y ese “alguien”
estaba lleno de contenido, quería decir que su autor era grande, capaz de
llegar a lo más elevado, aunque en ocasiones no lo consiguiera, como suele
pasar a veces. Me cautivó ese matiz, lo encontré buenísimo y me lo quedé. Para mi Ramón es ese “alguien” único y excepcional.
M.R.G: ¿Cuándo conoces a Ramón Gaya?
P.R: Lo conocí en el año 79;
hacía pocos meses que vivía en Murcia y yo era muy joven. Juan lo llevó a
nuestro apartamento, que también hacía la función de estudio, para hacerle unos
retratos. Yo no estuve en la sesión de fotografía, pero llegué cuando Ramón aún
se encontraba allí…. y creo que fue un amistoso flechazo por ambas partes, si
se me permite la expresión; nos caímos bien desde ese instante, recuerdo
perfectamente que comenté lo bonitas que eran unas rosas salvajes que había
cogido en la huerta esa mañana y había traído a casa, e inmediatamente me las
regaló. Era el ser más generoso que he conocido. Recuerdo de esos primeros
instantes que Ramón me miraba a los ojos como queriendo ver en ellos algo más
que unos ojos “mediterráneos”, como él los calificó; miraba mi interior, me
hizo una radiografía espiritual en un momento.
M.R.G: ¿Cuando te das cuenta de que se trata de un pintor y escritor peculiar?
P.R: Ramón era una persona singular,
eso fue lo primero que descubrí y lo demás vino rodado. Me asomé primero a su
pintura, aunque tal vez me resultara más fácil descubrir al escritor que al
pintor. De sus escritos, lo primero que llegó a mis manos fueron los sonetos y
el Velázquez Pájaro Solitario… fueron definitivos, era la primera vez que leía algo tan
clarificador sobre la obra de creación, bueno, aunque yo no soy ninguna experta
ni una gran lectora. Pero para desenmascarar su pintura, tuvieron que pasar
algunos años… yo necesitaba crecer, hacerme una persona más madura para poder entender,
reconocer el alcance de la obra de Gaya. Su pintura parece fácil, pero no es
tal como se muestra, esconde una profundidad que para percatarse de ella se
requiere de una especie de revelación. Yo la comparo con el toreo, al principio
ves sólo la fiesta, el colorido, la plasticidad, la belleza…pero para sentir la
“creación” en una faena, para emocionarte con ella, se necesita algo más y tiempo.
M.R.G: ¿Qué hay de Ramón Gaya en ti?
P.R: Afortunadamente ha influido mucho
en mi vida, en mi desarrollo como ser humano. Ramón no era nada didáctico,
nunca daba lecciones magistrales de arte ni nada por el estilo, pero en
silencio señalaba, apuntaba con su dedo índice lo que quería destacar, se
paraba más de la cuenta delante de un cuadro y así nos iba dejando pistas. Pero
lo más bonito fue su enseñanza de la vida, de la sociedad, de la
espiritualidad, de lo que es importante y lo que no.… todo ello casi sin decir
una palabra, sólo con su ejemplo. De no
haberlo conocido yo sería una persona completamente distinta, más acomplejada
ante algunas gentes clasificadas de importantes y menos generosa. Creo que la conciencia de la generosidad ha sido
su legado, aunque, claro, no le llego ni a la altura de sus zapatos.
M.R.G: ¿Cuánto tiene aún por enseñarnos la obra pictórica y literaria de R.G.?
P.R: Como toda obra de creación, ya sea literaria o
pictórica, la de RG es una obra viva, es con la propia vida con lo que nos
encontramos, por tanto, nunca dejarán de enseñarnos algo nuevo cada vez que nos
asomemos a ellas. Dependerá de la luz, de la estación del año o de nuestro
estado de ánimo, pero siempre descubriremos algo inédito. Lo que sería precioso
es poder dar a conocer la obra de RG fuera de nuestras fronteras, tanto
nacionales como internacionales, compartir nuestra suerte con otras gentes
sería estupendo y creo que las autoridades competentes tienen la obligación de
internacionalizar a RG, aunque sólo sea por mera estrategia mercantil.
Colocando a RG en el puesto que merece en el ranking de pintores del siglo XX,
nuestra ciudad, sede de su museo, podría ser un referente pictórico internacional.
M.R.G: ¿Te gustaría contarnos algunas de tus vivencias más significativas junto a Gaya?
P.R: Supongo que las vivencias
más interesantes han sido sin duda los viajes con Cuca y Ramón. No han sido
viajes turísticos, han sido lecciones magistrales de la vida de los sitios y
sus gentes. Por supuesto en esos lugares, aparte de iglesias, exposiciones y
museos, había mercados, calles, callejones, plazas, restaurantes y cafés, donde
se aprendía mucho más que en ningún otro sitio catalogado como culto. Ha sido un lujo conocerlos.
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