EN TORNO A LA SOLEDAD
(ABC Cultural, Madrid, 31-XII-1992, pag. 16)
¡La soledad! ¡Ahí es nada: todo ese gran socavón vacío, y... sagrado! La soledad, como sabemos, ha sido sentida, vivida, sufrida, incluso gustada; también ha podido ser negada, pues alguien (un alguien de altura) ha podido decir: “Cuando estés de noche en tu cuarto, aún cuando tengas las puertas y las ventanas cerradas y apagada la luz, no digas que estás solo: nunca se está solo”.
A la soledad, vista de tal o cual manera, la necesitamos todos sin remedio. Claro que el artista, el creador, la necesita más que nadie, ya que en ella –y sólo en ella-, en su concavidad vacía, es donde el creador lo encuentra todo... Sí, todo aquello que vamos logrando ser -en la vida y en la obra de creación- se lo arrancamos, muy penosamente, a la soledad. La soledad no nos da nada (y no por avarienta, sino porque ella misma no dispone de nada ni es nadie); la soledad está ahí, sin más, quieta, fija, fidelísima, sordomuda, permitiéndonos ser nosotros.
A la soledad, vista de tal o cual manera, la necesitamos todos sin remedio. Claro que el artista, el creador, la necesita más que nadie, ya que en ella –y sólo en ella-, en su concavidad vacía, es donde el creador lo encuentra todo... Sí, todo aquello que vamos logrando ser -en la vida y en la obra de creación- se lo arrancamos, muy penosamente, a la soledad. La soledad no nos da nada (y no por avarienta, sino porque ella misma no dispone de nada ni es nadie); la soledad está ahí, sin más, quieta, fija, fidelísima, sordomuda, permitiéndonos ser nosotros.
Ramón Gaya
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