Ramón Gaya cocinando una paella en su casa de Grabador Esteve (Valencia) 1993. Foto: JB
Arcano...
Esta palabra, referida a cualquier aspecto de la realidad, lo revestía, en su contexto, de una dignidad total y profundísima, como si en ella estuviera contenida la materia primordial del gran creador. Ese día comprendí, en una visión sintética y rapidísima, que había poca diferencia entre un “pastel” suyo del Palatino, una acuarela de Venecia, un cacharro de barro puesto por él en un rincón de su casa, o una paella guisada por él mismo. Todo parecía proceder de un arcano para traducirse en milagro, y esta otra palabra, ya fuera pronunciada explícitamente en voz alta, ya callada e implícitamente contenida en el gesto que la manifestaba, extraía, con la mayor naturalidad del mundo, la sacralidad de la esencia de lo real. Aunque por un instante me sorprendió e incluso me maravilló este descubrimiento, no tardó en hacérseme lo más lógico, dada la persona y la obra, porque traslucía algo que yo ya conocía plenamente: su aceptación, o -lo que es lo mismo- su lealtad, de y hacia la vida. Y me explicó instantáneamente sus explosiones de rechazo ante las formas de hipocresía en la creación artística. Este rechazo no es más que la severidad que se reviste de justicia por fidelidad, por apego a la realidad.
Enrique de Rivas.
(HOMENAJE A RAMÓN GAYA, Editora Regional, Murcia 1980.)
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