Patrick Mauriès. Foto: Internet.
NOTAS ALEATORIAS SOBRE RAMÓN GAYA
Es curioso comprobar, al leer el texto de las obras y la vida de Gaya, con qué constancia dedicó su tiempo a buscar otra sensación, otra percepción de la realidad -la que nos remite a una cultura “extranjera”, francesa, mexicana o en este caso italiana-, a intimar con esa alteridad invencible, ligeramente irritante en el sentido físico de la palabra, continuamente erotizada; un contacto o más bien fricción que, obviamente, no define tanto algo “exterior” como a uno mismo (véase por ejemplo hasta qué punto, en Diario de un pintor, Gaya se formula una belleza española a modo de eco o resonancia de la belleza italiana). Tengo la impresión de que esa constante necesidad de recurrir al contacto con una lengua, con una cultura, con una sociedad extranjera -por ejemplo italiana, es decir, romana, veneciana o acaso florentina- no es sino otra manera de acercarse, delimitándola, a una realidad cuya naturaleza innata es huir, escapar, como se escapa el agua entre las piedras desajustadas de Venecia.
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