viernes, 25 de enero de 2013

RAMÓN GAYA Y EL ZEN

Ramón Gaya en su casa de Valencia. 13 de abril de 2004. Foto: JB



Para conseguir este abandono del yo, el artista debía ejercitarse en la práctica taoista del wu wei (no acción), es decir, pintar sin el esfuerzo de pintar, permitir que el cuadro aparezca ante mí “prestándole” mis pinceles, pero sin una intervención voluntariosa y trabajosa del ego. En palabras del pintor Zhang Yanyuan “Sólo es verdadera la pintura donde el pincel es guiado por el espíritu y se concentra en lo uno”  En los textos de Gaya se encuentra a veces una reflexión similar sobre la actitud pasiva del artista y, desde luego, con la limpieza de la poesía, aparece en el poema Mano vacante

                                La mano del pintor -su mano viva-
no puede ser ligera o minuciosa,
apresar, perseguir, ni puede ociosa,
dibujar sin razón, ni ser activa,

ni sabia, ni brutal, ni pensativa,
ni artesana, ni loca, ni ambiciosa,
ni puede ser sutil ni artificiosa;
la mano del pintor -la decisiva-

ha de ser una mano que se abstiene
-no muda, ni neutral, ni acobardada-,
una mano, vacante, de testigo,

intensa, temblorosa, que se aviene
a quedar extendida, entrecerrada:
una mano desnuda, de mendigo.


José Luis Escartín. Del texto: Ramón Gaya y el Zen.

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