R.G. y P.G.M a finales de los años ochenta.
“Nos quitaba urgencias de la vida, nos daba fe en la obra y tranquilidad”
Era una mañana de verano cuando
fuimos, desde el Museo, a verle al Café del Arco para entrevistarle. Pedro García Montalvo, Doctor en
Filosofía y Letras por la
Universidad de Murcia y autor de varias novelas, cuentos y
ensayos, fue un gran amigo y conocedor de Ramón Gaya y su obra. Esa mañana le
hicimos muchas preguntas, a través de las cuales, nos trasladó a algunos de los momentos más
verdaderos que vivió junto a Ramón y su enseñanza. Para G.M. Ramón Gaya fue “una
de las personalidades más profundas, auténticas e inteligentes” que tuvo el
siglo XX y principios del siglo XXI. Nos habló “de su verdad y de la hondura de
su creación”, evitando toda comparación y utilizando –incluso- la expresión “por encima de todos los sellos”.
“Los artistas llegados a esa altura de la creación han hecho
suyo el sentido de la vida –en su totalidad- como una costumbre. Han alcanzado
el abismo final del arte porque se han
hecho a la vida, al conjunto de la existencia, de la misma manera que uno
se hace a la belleza de un río […]”.
Estas palabras de G.M están
recogidas en La divina costumbre, un
texto que realizó en 1980, cuando la Editora Regional publicó el
libro Homenaje a Ramón Gaya. Ese año,
antes de este homenaje, el poeta Eloy Sánchez Rosillo le presentó a Ramón en
Murcia y, poco tiempo después, G.M., ya impresionado por la personalidad del
artista, participaría en este reconocimiento al pintor murciano.
“Tenía un aura peculiar a su
alrededor, una especie de calma y serenidad oriental. Nos quitaba urgencias de
la vida, nos daba fe en la obra, y tranquilidad”. Aseguraba que sus encuentros —en
Murcia, en Madrid o en Valencia— nada tenían que ver con tertulias, sino que
brillaban por la naturalidad, la comodidad y el gran humor en el ambiente, y Gaya,
“si no estábamos en su piso, que era a la vez su estudio”, “convertía en una casa incluso una conversación en la
terraza de un café de una plaza”. G.M. y sus amigos sentían que “se paraba el mundo y acudía a ellos la vida”.
G.M. nos habló de su primera
conexión con el pensamiento de Ramón, que pareció nacer en el mismo instante en
el que leyó, en los años setenta, su libro fundamental, Velázquez, pájaro solitario, una auténtica obra maestra que, según
el escritor, podría ser considerada como la esencia del pensamiento de Ramón. Un
pensamiento que ya siempre pareció serle cercano, permaneciendo vivo en sus enseñanzas
universitarias.
En la década de los setenta, la
situación cultural y creativa de la ciudad de Murcia no favorecía especialmente
el desarrollo del encuentro con un maestro como Gaya, ni con una obra viva tan personal,
llegando a afirmarnos G.M. que, en ese momento, el encuentro con R.G fue como “un
regalo de la vida” ya que “un creador como él podría haber estado en cualquier
otro lugar que no fuera Murcia”. Pareció tratarse de un regalo que se daría como
fruto de su generosidad y de una cierta afinidad
vital con un grupo de personas interesadas en el proceso de llevar a cabo
una obra literaria o pictórica, y con las cuales la naturalidad, la apertura y
la sencillez se dieron de la mejor manera posible. En esos encuentros, el
pintor murciano sería para él como un maestro al que define como una “fuerza de
la naturaleza”, pues, a su parecer, desde su calma y tranquilidad, Gaya
contagiaba de intensa energía y pasión por la creación a este grupo de amigos.
Nos habla de lo mucho que en él
ha quedado hoy de Ramón, de sus pensamientos: “supuso un atajo increíble -mágico- hasta la realidad de la vida y de la creación”. Le conoció con 29 años, y, desde esa juventud atenta y observadora, nos
cuenta que el pintor le resolvió el falso enigma de la vida, afirmándonos: “Aprendí
que la vida es un misterio que, en realidad, ya está resuelto. Si eres creador,
debes dejarte ir en ello y estar vigilante para que no se te escape su presencia”.
García Montalvo, como escritor de
varias novelas, no parece tener una influencia literaria inmediata en ellas
pero sí la reconoce en su modo de hacer
o de crear prosas reflexivas. En sus artículos o ensayos, encuentra a Ramón de
modo más directo, como “impregnado, en cierta medida, con su esencia más pura”.
Le preguntamos también por la
obra de Ramón, por su creación, por cuánto tiene aún por enseñarnos, a lo que
nos respondía que en ella misma está “la existencia, la vida”. Para el
profesor, la obra del creador murciano “no se presenta como algo acabado o
reglado” sino que tiene la sensación de que cada vez que se aproxima a ella todo
parece comenzar de nuevo.
Al finalizar, G.M. nos confesó
sentirse dichoso de haber conocido a Ramón, de haber vivido tantos encuentros con
él, de haberlo sentido tan cercano… “Fue como un milagro del azar, tanto por su
humanidad como por su sabiduría”, afirmaba el escritor en esa mañana de verano.
Murcia, 20 de julio de 2016.
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