El Sena, 1953.
"El 21 de junio de 1952, después de largos años,
volvía de nuevo a Europa: Me encontraba, de pronto, en París, y esa misma
mañana de mi llegada entraría en el Louvre, impaciente, como hambriento, muy
emocionado, casi tembloroso aunque radiante y, también... un poco triste: “Todo
es triste al volver”. Por muy determinadas circunstancias, desde 1936 no había
podido contemplar directamente, en su ser real y verdadero, un solo cuadro de
Tiziano, de Rembrandt, de Velázquez, de Murillo o de Rubens, sino viles
reproducciones suyas estampadas, “imaginarias”, algunas incluso bastante... buenas
-mil veces más engañosas que las decididamente detestables-, y ahora, por fin,
parecía que terminaba de una vez esa forzada abstinencia que durante muchos
años, vino a constituir mi verdadero exilio".
R.G., Final de destierro (I), Roma, 1956
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