martes, 19 de febrero de 2008

RAMÓN GAYA, ESE MISTERIO

Rincón del último estudio de Ramón Gaya. (Valencia, feb 2004) Foto: J. Ballester


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A RAMÓN GAYA



DE VUELTA AL MISTERIO. Uno vuelve a los cuadros, a los escritos, incluso a la conversación de Ramón Gaya como ese escéptico inquieto (“ateo místico” lo hubiera llamado Azorín) que vuelve, entre perplejo y frustrado (siempre fascinado, incluso a su pesar) a las grandes catedrales que nos ha brindado la Historia. Se sabe, persistente, que ahí hay algo que casi casi llega a ser la explicación que uno busca. Desde que tropecé con el pensamiento de Ramón Gaya lo he ido persiguiendo: leyéndolo, viéndolo (intentando verlo, mejor dicho), escuchándolo... Llegué a creer, entre ingenuo y testarudo, que el misterio estaba en su casa: aconchado -como diría Lope- en algún rincón, escondido en alguna carpeta de papeles, aposentado en algún cuadro (de esos que no ha visto el “público”). Creía, en fin, que adentrándome en ese recinto sagrado, en ese maravilloso silencio, podría localizar el misterio que tanto me aturdía en la obra de Ramón Gaya. Creía también que, con una mezcla de estratagemas de crítico, y paciencia de devoto, podría persuadir a Ramón Gaya a que me explicara ese misterio. Quería verlo, entenderlo, apresarlo y... llevármelo. Y comprendí al final, que el misterio no estaba en ninguna parte, o mejor dicho, que estaba en todas partes (en ese cristal, en esa tela, en ese jarro...), y que Ramón Gaya convivía con él, sin pretensión, sin vanidad, con una aceptación natural. Es más: comprendí que en cierto sentido Ramón Gaya era ese misterio, que él lo encarnaba. Y ese misterio que él es, claro está, no se explica a sí mismo, ni se deja llevar de un lado para otro...

Nigel Dennis, 1984

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