martes, 9 de septiembre de 2008

PORQUE NADA TERMINA


Eloy Sánchez Rosillo

PORQUE NADA TERMINA
(Ramón Gaya)

Es preciso que todo en apariencia acabe
para que al fin comience.
Sólo entonces los hechos
de nuestro acontecer desordenado
adquieren poco a poco
la rara consistencia indestructible
del sueño o la leyenda; sólo entonces podemos
comprender lo vivido, completarlo,
y soñar sin temores ni asechanzas,
interminablemente,
la maravilla cierta del vivir.

Cuando pienso, Ramón —después del trance
natural de tu muerte—, en los años aquellos
en los que coincidimos en el mundo,
siento que me estremece
el misterio absoluto que es la vida.
Qué suerte para mí tan inmensa y extraña,
inexplicable y misericordiosa,
fue el que nos condujeran nuestros pasos
—a través de avatares cuyo oculto sentido
cifrado permanece—
al día y a la hora y al lugar
en que nos conocimos;
y qué providencial para el que soy
resultó que en sí mismo llevara nuestro encuentro
la bendita semilla
de una amistad tan larga y luminosa.
¿Es esto mero arbitrio
de la casualidad? Es destino y enigma.
A cierta edad, un hombre no se engaña
y sabe lo que ha sido en su existencia
de veras decisivo. No ignoro que sin duda
tú en la mía lo fuiste,
y es imposible y triste imaginarla
sin tu ejemplo constante,
y sin la relación tan duradera
que mantuve contigo y con tu obra.

Sí, yo he estado muy cerca muchas veces
de increíbles prodigios.
Vi surgir tu pintura del abismo del lienzo
y pude contemplar cómo sus formas vivas
lentamente empezaban a respirar despacio
al llegar a este mundo.
Con frecuencia, asimismo,
sabía del fulgor de tus escritos nuevos
antes de publicarse,
y tuve el privilegio de escuchártelos.

Tu obra es patrimonio
de cuantos quieran que les pertenezca.
Pero, además de compartir tan fértil
y tan bella heredad con los que la hacen suya,
yo fui también testigo de tu vida,
y eso sólo unos pocos lo hemos sido.
Ineludible obligación gustosa
y legítimo orgullo
mueven y moverán mi ánimo y mi lengua
al testimonio fiel.

No encuentro en la memoria
lances que te afectaran
y en los que tu persona rayase por debajo
de ti, de la alta imagen
que en quienes te tratamos proyectabas.
Hondura y gravedad no te impedían
ser diáfano y alegre. Nunca he visto
a nadie menos dado a complacerse
en sus propias miserias y desdichas,
aunque al igual que a todos,
e incluso más que a muchos,
la angustia y la tragedia te salieran al paso
y en tu ser pretendieran en vano agazaparse.
Severo y exigente contigo y con los otros
hasta extremosos límites,
mas generoso y comprensivo al cabo,
sin componendas ni renunciaciones.
Ahora estoy acordándome de tus ojos vivísimos,
que hasta el fondo miraban con rigor y ternura.
Y recuerdo tu voz tan íntima y serena,
tu voz que por costumbre, sin excepciones, iba
a buscar las palabras
hasta el origen mismo sagrado de las cosas.

Nada de cuanto digo
se extingue con tu muerte.
Tras esa puerta estrecha, oscura y necesaria
que un día atravesaste,
continúa el camino, ya sin riesgo ninguno
de que discurra por lugar baldío
ni de que, como pudo suceder,
nos resultara ajeno su trazado.
Que los muertos entierren a sus muertos
y la ceniza vaya a la ceniza.
Tu luz y tu verdad
entre nosotros siguen
y han de seguir, tan vivas y tan puras
como en cualquier momento,
limpias de escorias y de contingencias.

Es preciso que todo transcurra y se remanse,
que al parecer concluya para que al fin empiece.
Porque todo está siempre comenzando.
Porque nada termina.

ELOY SÁNCHEZ ROSILLO
(De Oír la luz, Tusquets Editores, 2008)



1 comentario:

Anónimo dijo...

Decía yo, en otro lugar, que hay sonidos (y luces) que vibran a frecuencias superiores y que no todos pueden oír (ni ver) pero no por ello dejan de existir.
El mundo de nuestros sentido; el que oímos; el que vemos, es solo un pequeño reflejo del mundo real que existe. Lo que ignoramos es infinitamente mayor que lo que conocemos.
Por eso cuando Eloy, en este magnífico poema, comienza y termina diciendo:

Es preciso que todo transcurra y se remanse,
que al parecer concluya para que al fin empiece.
Porque todo está siempre comenzando.
Porque nada termina

está viendo y oyendo algo, de la vida que continúa. Empieza a ver que la casualidad no existe. Es nuestra ignorante explicación a lo que nos es desconocido.
El encuentro, la amistad, la relación entre Ramón y Eloy obedecen a acontecimientos reales sometidos a leyes inexorables. Como el cruce de dos estrellas en el espacio Tenía que ser así y así fue.
Porque conozco a Eloy casi 50 años puedo decir que he ido observando esa evolución que le lleva de la incertidumbre a la certeza. Y no lo digo porque esté yo más allá, no; lo digo porque él también me lleva a mí allí. Con él, también llego yo a empezar.
Un gozo.
Gracias Eloy. Es precioso.
Manolo