Ramón Gaya en el Museo Picasso de París. 1992. Foto: JB
Hoy sigo creyendo que Picasso “manipula”, pero comprendo que ha tenido que ser así, que ha tenido que renunciar a su misma obra para poder ser, más aún, para poder servirnos. Eso que hace Picasso no es, en efecto, pintura, pero es creación, o mejor, contribución genial a una creación sentida con grandeza, entendida con generosidad. Le quitó al arte mucho sentimentalismo acumulado, mucha sensiblería, mucha blandura, mucha imprecisión; claro que dejó a la pintura, en cueros, y como tirada en medio de África, sola, viva de milagro, brutalmente sana. Ni los que le niegan por incomprensión, ni los que creen seguirle porque le imitan con servilismo, logran dañarle; seguir a Picasso (y tenemos la obligación de seguirle, puesto que parece haberle sido encomendada la clave del presente) no consiste, como han supuesto tantos, en imitarle, sino en volver a tomar la Pintura exactamente donde él la interrumpió y, libre ya de todo ese cargamento inútil que la envenenaba, cumplirla, o ir cumpliéndola, porque la verdad es que su cumplimiento no acaba nunca. Picasso no desmaya, y el papel de mártir triunfal, es decir, de héroe, que desde hace medio siglo pesa sobre sus espaldas, sigue representándolo con su fuerza, con su vitalidad, con su esplendidez, con su alegría indomable.
Ramón Gaya. De: "Picasso". México 1953. OC. Edt. PreTextos.
Ramón Gaya. De: "Picasso". México 1953. OC. Edt. PreTextos.
Texto completo
No hay comentarios:
Publicar un comentario