Lavandera, 1962
Había creído siempre que la belleza, si no es una superficie fría -llena, eso sí, de perfecciones-, no tenía más remedio que ser, cuando mucho, una simple eternización de algo, de algo muy valioso, muy meritorio, casi supremo, y que... “merecía morir así”, petrificado, cristalizado, apresado...
R.G. Fragmento de Belleza, modernidad, realidad. Roma, 1960.
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