domingo, 1 de junio de 2008

LUIS GARAY

Bonafé, Gaya y Garay en Murcia en 1928

LUIS GARAY

Luis es un nombre amarillo. Luis Garay, él, su cara, su cabeza toda es un limón. No sé cuándo le conocí; he crecido a su lado y no me detenía nunca a mirarle. Lo admitía con esa ausencia de sorpresa que tienen los niños para las cosas del mundo, árboles, aeroplanos, casas. Hoy, yo ausente, teniendo que recordar, lo veo en ese sol leve del pasado haciendo rabiar a don Antonio Meseguer con una perspectiva lineal absurda o amenazando al casero -calle de Santa Gertrudis, solterón, sucio al que oíamos hacerse sus sopitas rodeado de cromos y calendarios- con ahorcarle el gato si mandaba el recibo. Ha llevado botines grises sobre alpargatas, ha batallado siempre que fuese guerra alegre. Es agridulce, con un carácter construido a la inversa: parece áspero y frío pero es fuego cariñoso. Huye de lo sentimental, y cuando no se muestra sincero no es que quiera engañarnos, es que le cercan los temores. Por eso su obra está traspasada por ese temblor fino de la duda, de la humildad tan alta, de lo simple, de la verdad pequeña; por eso es tan humana y viva. Porque Garay, después de ir y venir, se ha quedado en él, quieto en su verdadero movimiento, embarcado en su alma. Trabaja “ sin prisa ni descanso” y esa es su madurez y su firmeza. Su vida parece un monasterio, y él mismo, ocre y marrón, tiene mucho de místico, de peregrino limpio, de jardinero en su retiro.
Hoy he abierto el catálogo de la exposición que celebra en Alicante y unos colores claros, tenues, frescos, han ido desfilando por mi frente como nubes, como un ciclo de tarde pausada.


Ramón Gaya. Madrid, junio de 1933

La Verdad. Letrasy Artes 29 de junio de 1933

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