miércoles, 15 de abril de 2009

LA ALEGRÍA DE CREER



SANTIAGO DE COMPOSTELA

Aquí la lluvia es casi un material de construcción. En otros lugares, la lluvia es siempre algo que sucede, que sucede y se va, pero aquí es algo que se asienta, que permanece, es algo que no cae sobre la ciudad, sino que brota de ella. Vive entre las piedras, en las junturas de las piedras como si fuera el amasijo mismo que las ata, que las hermana, que las fortalece. Pero esta lluvia, al mismo tiempo que nos da la impresión de haber tomado parte en la construcción de Santiago, actúa como una lima que logra, poco a poco, un dulce desgaste. Claro que toda esa cantera, tan trabajada por el agua, diríamos que ha perdido mucha de su alegría inicial y bruta; ha sido ablandada, humanizada, pero eso es, naturalmente, entristecerla. Santiago es triste, con una tristeza pulida, lisa. A veces parece brillar con un negror de armadura, de esas armaduras, tan gustosas, que pintara Tiziano, porque toda esa oscuridad es muy triste, pero rica. Un suelo de grandes losas empapadas nos conduce a la Catedral; no nos interesa ella propiamente, pero ya dentro, a dos pasos de la puerta, se nos vendrá encima un espectáculo muy hermoso; el Pórtico de la Gloria. También es de piedra, pero la piedra aquí, después de ese nublado melancólico del exterior, la encontramos sonriente.




Este Portal es eso: una espléndida sonrisa coloreada, un arco iris de bulto. Es un gran arco iris tembloroso, estremecido por una especie de música, de música que no ha sonado todavía -las figuras de los músicos, como se sabe, no están tocando sino sólo templando los instrumentos-, una música que ya existe casi, que va a brotar, inminente. Para encontrarnos con un instante así, no eternizado, sino vivo, presente siempre, como este del Portal, habrá que pensar en Los esposos Arnolfini de Juan Van Eyck, y más tarde, en Las Meninas... En las grandes obras que nos ha dejado la Edad media, descubrimos hoy -después de varias interpretaciones- una alegría en pie, virginal, muy pura, que nos conmueve. Ahora comprendemos que esa alegría de la Edad Media no era una simple alegría de vivir, sino la inmensa y alta alegría de creer. En ninguna parte comprenderemos esto como en Santiago, frente a un portal entretejido de fe, de flores silvestres, de silencio, de música.


Ramón Gaya. México 1950 (O.C. Tomo II, Pre-Textos, Valencia 1990)

1 comentario:

Ángel Ruiz dijo...

Bueno, llevo tiempo siguiendo este blog, pero hoy me ha emocionado especialmente el texto de Gaya.