viernes, 30 de octubre de 2015

GAYA Y VELÁZQUEZ


Homenaje a Velázquez (La Venus del espejo), 1975 


Texto del escritor murciano Santiago Delgado con motivo de la exposición "El silencio, el gesto y el ademán de Velázquez. Pinturas de Ramón Gaya".

Siempre juntos, mejor que de nuevo, como dice el título, los maestros Gaya y Velázquez. Pero, a veces, esa eterna comunión pictórica se plasma en vera actualidad oportuna y creadora. Y ello es así porque el Museo Ramón Gaya ha expuesto en estos días, avanzado ya el otoño y en Murcia, gran parte de los numerosos homenajes y estudios que el maestro murciano hizo sobre fragmentos e ideas de aquel genio sevillano de alma portuguesa. Y resulta algo esencial y escueto, primigenio, algo que tiene herida de grandeza. Gaya frecuenta a Velázquez podríamos decir que desde siempre. Velázquez, ese artista que se mueve sin la necesidad de dibujo, ni de color, como nos enseñó ver en sus cuadros nuestro insigne coterráneo.
         Yo quisiera que siempre fuese la primera vez que veo a Gaya ofertando a Velázquez, que es más que homenajearlo. Es visitarlo y es amarlo. La pintura es pintura, antes que construcción de línea, color, sombra y volumen. Los temas velazqueños de Gaya son aéreos, gráciles, y más lo son en cuanto que Gaya es más Gaya, en tanto en cuanto va creciendo en ser él mismo, tiempo biográfico adelante. Consecuentemente, el vacío, el impoluto blanco del lienzo se va incorporando al cuadro, no como hueco, sino antes como esencia de pintura que descubre el sentimiento que alienta en quien, con honestidad y elemental disposición de contemplador de arte, se dispone a gustar de estas pinturas. O no, mejor, se dispone a ser más, mucho más, él mismo mirándolas. Y de manera natural, tras haber mirado estos cuadros, uno siente que el Ser ha encarnado en nuestro espíritu, no de manera sublime y apoteósica, sino humilde y callada, sin alharacas, ni alboroto.
         Tributamos así al maestro universal del Siglo de Oro pictórico, óbolo de serena eternidad, de afable aliento vital que añade realidad a la Creación. Pero sentimos también la mano, la voz, el gesto y la caricia del lienzo con que Ramón Gaya realizaba sus tientos a la parva obra inmensa de Velázquez.
         Gaya selecciona esas manos, esos vasos, esas esquinas inmortales de los cuadros de su Maestro en el tiempo, y las venera, desnudándolas de todo lo que la obligada pertenencia a su época y sus condicionantes, el pincel de Velázquez tuvo que añadir a lo primigenio suficiente, y que los ojos de los reyes, y del resto de sus contemporáneos, necesitaba ver para poder calificar de pintura a lo que tenían delante. Pero supo dejar el mensaje de lo sagrado que había dentro: la realidad, aun ocultado por la aparatosidad, mínima eso sí, de un sagrario de gran mérito.
         Gaya, Velázquez… la eternidad de las minúsculas que no fulgen en el vano mundo de lo aparente.

Santiago Delgado
Octubre, 2015. 

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