Lo más propio, íntimo, del agua es el reflejo; incluso cuando este reflejo no aparece del todo visible -por haber sido accidentalmente alterado, enturbiado-, no deja por ello de estar allí, latente, ocupando su sitio.
De: Anotaciones del Tévere. Roma, 1979. Pre-Textos. Ramón Gaya, O.C. Tomo II, 1992
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