sábado, 28 de marzo de 2009

POMPEYA



POMPEYA

Temía llegar a Pompeya. Creo que nunca he sentido horror a la muerte, sino al accidente o a la catástrofe; la muerte verdadera no puede horrorizarnos puesto que se produce dentro de la vida, le pertenece a la vida, mientras que la catástrofe parece actuar intervenir en la vida de una manera tramposa, desde afuera de ella, desligada de su orden. De estas ruinas no ha desaparecido por completo aquel terrible presente, y en su quietud no todo parece estar tranquilo. Pasear por estas calles, maravillosamente conservadas para nosotros por la misma energía que las destruyera entonces, es, no propiamente triste -el sol y el aire mediterráneos se encargan de que no pueda ser triste-, pero sí muy impresionante; el empedrado desgastado por el paso insistente de las ruedas, las aceras intactas, esta panadería, tal casa de prostitución, una taberna, todo, en fin, nos ha llegado con una extraña actualidad, con una actualidad que yo llamaría traidora, demoníaca.





Algunas pinturas, por ejemplo, están allí no sólo con frescor, con un frescor conservado, sino llenas de una modernidad resistente, consistente, loca. Toda la pintura pompeyana suele pasar por decorativa, ya que estamos acostumbrados a fiarnos de lo que sabemos, y lo que sabemos es que lo pintado sobre los muros de esas casas placenteras, veraniegas, no se debe a grandes maestros de la Pintura, sino a pequeños artesanos, decoradores viles, serviles; pero si logramos, por un instante, librarnos de lo que sabemos, se nos entregarán algunos rincones que no sospechábamos, que nos había enseñado a ignorar y en donde, pese a su frívolo propósito de pintura halagadora, parece haberse filtrado un sentimiento profundo, intenso, rico. En esas decoraciones, maravillosamente banales, amables, ingeniosas, plagadas de caprichos, llenas de una escenografía diminuta y casera, encontraremos, de pronto, unas frutas, un paño de cocina colgado en la pared, una jarra con agua, un racimo, un rostro, que se desprenden de allí, que viven desasidos de allí, que se levantan de su esclavitud decorativa, y pueden codearse con lo que no tiene estilo, ni época, ni autor, es decir, con lo que está, sencillamente, vivo. Y cuando se filtra y aposenta la vida en alguna cosa, ésta queda inmediatamente fecundada, salvada.

Ramón Gaya. Italia, 1953
OBRA COMPLETA, Tomo II (reimpresión) Pre-Textos, Valencia, 1992


RG. Pompeya. 1953

sábado, 21 de marzo de 2009

VIDEO DEL INSTITUTO CERVANTES


Desde hace unos días puede verse en la web del Instituto Cervantes el video de la exposición de Nápoles: Ramón Gaya «Antológica 1948-1999».

sábado, 14 de marzo de 2009

POBREZA DIVINA

Templo de Atenea, Pestum. Foto: JB


PESTUM

En pocos lugares he sentido como aquí, en este mendrugo de lo griego, una emoción tan difícil, tan compleja, de solemnidad y mendicidad mezcladas. Aquellos templos me parecieron tres mendigos majestuosos, sabios (están construidos, como se sabe, con una piedra caliza llena de agujeros como una esponja endurecida o un rostro marcado por la viruela), y llegando a ellos desde Roma y lo romano –mi recorrido era ese-, me pareció que le pertenecían por completo a la cristiandad; comprendí entonces algo que ya sentía desde antes: que en lo griego hay mucho más cristianismo que en lo egipcio y lo romano, posiblemente por su absoluta falta de soberbia, de enemistad, de terquedad materialista; lo egipcio y lo romano son dos energías voluntariosas, empeñosas, hábiles, es decir, privadas de la Gracia, y por eso las veremos actuar siempre como si fueran dos ingenieros concienzudos, desconfiados. En lo griego hay una limpieza que vale lo que la pobreza en lo cristiano, que son, quizá, una misma cosa, una misma purificación. Lo egipcio y lo romano se producen, viven como enfrentándose a lo que pueda venir, imponiéndose a la Historia misma, mientras que lo griego no parece sospechar competencia alguna, y, salvo su incurable ideal de perfección, todo en lo griego nos resulta natural, sencillísimo. Lo chino, lo griego y lo cristiano parecen fragmentos de una misma línea central, recta infinita, una línea que no es otra cosa que espíritu, más aún, alma sola, el Alma. Lo griego –como lo chino y lo cristiano- está siempre lleno de creencia, de trascendencia, de fatalidad –sí, de fatalidad, y por lo tanto, claro es, de salvación-; lo griego quiere perdurar y no, como Egipto y Roma, durar simplemente. Lo chino, lo griego y lo cristiano quieren perdurar porque perdurar es un sentimiento, mientras que durar no es más que un propósito. Ante aquellos templos de color pan, oro pan, caí en la cuenta de que todo cuanto los historiadores de arte han creído ver en lo griego de perfección estética, de perfección estilística, no es más, en realidad, que ascetismo, pobreza divina.

Ramón Gaya. Italia 1953.
Texto en pdf.


Ramón Gaya. Pestum. 1953

sábado, 7 de marzo de 2009

SALVADOR BACARISSE

Libreto de "Nana del niño muerto". Ilustración de la portada: Ramón Gaya

Salvador Bacarisse: compositor español, n. en Madrid el 12 sept. 1898; m. en París, el 5 ag. 1963. Estudió en el conservatorio de Madrid, donde tuvo como profesores a Alberdi, piano, y C. del Campo, composición. Junto a sus tareas de compositor, ejerció la crítica musical en la prensa madrileña. Formó parte de la Junta de Música y Teatros Líricos y fue director artístico de Unión Radio, puestos en los que desempeñó una valiosa labor. Durante la Guerra civil española se trasladó sucesivamente, siguiendo al gobierno republicano, a Valencia y Barcelona. En esta última ciudad, y como delegado del gobierno en asuntos musicales, organizó algunos conciertos y temporadas de ópera.

Salvador Bacarisse

Al término de la contienda se trasladó a París y allí desempeñó durante muchos años un puesto en la Radiodifusión Televisión Francesa, como encargado de la sección hispanoamericana. Fue una figura destacada en la que se ha llamado «generación de la República», obteniendo por tres veces el Premio Nacional de Música. Junto con Rodolfo y Ernesto Halffter, Gustavo Pittaluga o Julián Bautista, representaba la extrema vanguardia de la música española. Una pasajera influencia del «impresionismo» dejó pronto paso en su música a la estética que por aquel entonces pusieron en circulación Cocteau y «los seis» en París. Finalmente, su inspiración arribó a un «neo-romanticismo» sinceramente sentido y que; en realidad, no había dejado de latir en su obra, ni siquiera en los momentos de más exasperado modernismo. Su producción, bastante extensa, ha tenido escasa repercusión internacional y tampoco parece haber ejercido una influencia apreciable sobre las jóvenes generaciones españolas. Obras principales: Corrida de feria (ballet); Charlot (ópera); Heraldos, Música sinfónica, Serenata, Impromptu, Sinfonietta y Concerto grosso, para orquesta; cuatro Conciertos y una Balada para piano y orquesta; Fantasía para violín y orquesta; un Concierto para cello y otro para guitarra, así como música de cámara, piano solo, y un cierto número de canciones, sobre textos de Juan Ramón Jiménez, Alberti y Cernuda, entre otros.

De la web: "El poder de la palabra". Manuel Carra.