Penosa, concienzudamente, Cézanne irá trazando poco a poco, sobre la superficie de su cuadro, una especie de geometría entrecortada, bella en sí misma, pero... funesta (“¡defiéndeme de todas las pequeñas victorias!”, exclama Nietzsche), pues eso que tanto había buscado y, finalmente, encontrado, es visto enseguida por todos nosotros como una salvación, como una solución, es más, como una estética nueva y firme, como algo muy seguro, que nos alejaba definitivamente, por una parte, del árido y vacío academicismo, y por otra, de esa llovizna boba, algodonosa, tonta, del informe y blando impresionismo. Pero, claro, no se trataba de ninguna solución -por lo demás, el arte, como se sabe, no es un problema a resolver-, ni se trata de ninguna estética; se trataba, simplemente, de un honrado sistema personal de trabajo; un sistema un tanto cándido, a la medida de quien no dispone de mucho y, sin trampas, con sus pobres medios, debe procurárselo todo; un sistema ideado y deletreado por alguien de gran probidad, de gran vocación, pero... absolutamente desprovisto de facultades naturales, animales.
Ramón Gaya. De: Anotaciones para un posible homenaje a Cézanne.
Ramón Gaya. De: Anotaciones para un posible homenaje a Cézanne.
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